M.R., de cincuenta y tres años, vive en un barrio marginal de un pueblo al sur de Colombia; ella es una de las muchas personas desplazadas en el país.

En la pequeña choza que hoy en día forma su hogar, M.R. compartió con una investigadora de Human Rights Watch sus dos álbumes de fotos familiares, más que todo fotos de sus ocho hijos; entre ellas, fotos de los dos que fueron asesinados.

Uno de sus hijos, de veinticuatro años de edad, fué asesinado hace dos años. Su otro hijo fué asesinado el 30 de diciembre de 1999, cuando tenía solamente dieciocho años. "El era lindo," dijo M.R. "El era mi hijo más lindo." Ella no sabe quien mató a su hijo mayor pero crée que su hijo menor fue asesinado por paramilitares. Inmediatamente después de la muerte de su hijo menor, ella abandonó su hogar en el sector de Florencia, Caquetá, y vino a San Vicente, donde ahora viven dos de sus hijas. Esta fué la segunda vez en dos años que ella ha tenido que huir de la violencia política.

La choza de M.R. es un solo cuarto con piso de tierra y paredes de plástico. Ella comparte este pequeño espacio con una de sus hijas y con uno de sus nietos. La choza vecina, un poquito más grande, está ocupada por una familia de siete: una pareja y sus cinco hijos pequeños.

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