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I.  Los grupos paramilitares: Organizaciones poderosas que pueden fácilmente reponer sus filas

Los grupos paramilitares colombianos encuentran su origen en pequeñas “organizaciones de autodefensa” formadas por terratenientes y empresarios locales para defenderse a si mismos y a su propiedad contra la violencia guerrillera, y en escuadrones de la muerte creados por carteles de la droga en las décadas de 1970 y 1980.   Operando con la tolerancia, y frecuentemente la colusión de unidades militares colombianas, los grupos paramilitares tienen una larga y escalofriante historia de abusos contra civiles que incluye masacres, asesinatos, tortura, desplazamiento forzado, desapariciones forzadas y secuestros.1  

Financiados mediante el negocio de las drogas, la extorsión y la toma forzada de tierras, los grupos paramilitares han acumulado un considerable poder económico.  Se ha calculado que controlan una enorme porción del comercio de drogas en Colombia,2 e ilegalmente poseen vastas extensiones de tierra que han tomado por la fuerza.3 

Los grupos paramilitares cuentan también con una creciente influencia política en Colombia.  A través de su control territorial, los paramilitares han podido colocar o manipular a muchos políticos locales.  Incluso a nivel nacional, hay políticos que ahora apoyan abiertamente a los grupos paramilitares.4

Se ha estimado que las organizaciones paramilitares tienen bajo su mando hasta 23.000 efectivos.5  Dada su extraordinaria riqueza y su continua participación en el negocio del narcotráfico, los grupos paramilitares tienen una capacidad inmensa para reponer sus filas y continuar operando aún mientras muchos de sus miembros parecen estar desmovilizándose. 

Verdaderamente desmovilizar y desarticular estas mafias requiere mucho más que simplemente confiar en que los líderes paramilitares entreguen sus armas y tierras y metan a sus tropas en programas de reinserción.  Para que se produzca una desmovilización genuina, es esencial que el gobierno colombiano investigue y ataque la estructura, las fuentes de financiamiento y las históricas fuentes de apoyo político y económico de estos grupos complejos. También es fundamental que el gobierno pida cuentas a los paramilitares y descubra la verdad sobre los graves abusos contra los derechos humanos y el derecho humanitario que estos grupos han cometido.  Y el gobierno tiene que asegurarse de que estos grupos cumplan sus compromisos de cese de hostilidades, entrega de bienes y tierras obtenidos de manera ilícita, cooperación con las autoridades y reparaciones por sus crímenes.



[1] Human Rights Watch ha documentado extensamente la colusión entre los grupos paramilitares y las fuerzas armadas colombianas en la comisión de abusos contra los derechos humanos y crímenes contra la humanidad.  Véase, por ej., Human Rights Watch, La “Sexta División”: Relaciones Militares-Paramilitares y la Política Estadounidense en Colombia, (New York: Human Rights Watch, 2001); Human Rights Watch, “Los Lazos que Unen: Colombia y Las Relaciones Militares-Paramilitares”, Un Informe de Human Rights Watch, Vol. 12, No. 1(B), febrero de 2000.

[2] Scott Wilson, “Colombian Fighters’ Drug Trade is Detailed; Report Complicates Efforts to End War,” Washington Post, 26 de junio de 2003, p. A01; Juan Forero, “Colombia’s Landed Gentry: Coca Lords and Other Bullies,” New York Times, 21 de enero, 2004, p. A4.  

[3] Véase “Los Señores de las Tierras”, Semana, No. 1152, 28 de mayo de 2004, [online] http://semana.terra.com.co/archivo/articulosView.jsp?id=79095 (consultado el 6 de enero de 2005).

[4] Véase Juan Forero, “Rightist Militias are a Force in Colombia’s Congress”, The New York Times, 10 de noviembre de 2004, [online], http://www.nytimes.com/2004/11/10/international/americas/10colombia.html (consultado el 10 de noviembre de 2004). 

[5] Comisiones de Paz del Congreso de la República, “Informe de Relatoría General”, Sección  3.1, [online]
(consultado el 5 de enero de 2005).


index  |  next>>enero 2005